En el año de 1560, el canónigo don Pedro Sánchez de Aguilar, perseguidor enconado de “idólatras”; es decir, de indígenas que se negaban a abandonar su religión, se encontraba muy molesto por las travesuras un tanto malignas de un duende, cuyo nombre y descripción no pasaron a la historia. Según el canónigo se trataba de un demonio que hablaba con quien se encontraba, a eso de las ocho o diez de la noche. Su voz era como la de un papagayo. Al duende le gustaba hablar, sobre todo, con un conquistador que se llamaba Juan López de Mena, que había nacido en Logroño, España, y con otro de nombre Martín Ruiz de Arce, proveniente de Burgos. A las casas de estos dos españoles acudía el famoso duende para conversar; eran sus casas preferidas, aunque no por ello dejaba de acudir a otras. En tales casas el duende tocaba la vihuela y las castañuelas; además, gustaba de ponerse a bailar, reía y se divertía de lo lindo. Cuando se le preguntaba dónde había estado los dos o tres días que había faltado a la casa de uno u otro conquistador, él decía que se encontraba en lo de Lucas Paredes, otro conquistador de marras.
Como nuestro duende era muy travieso, gustaba de inventar calumnias contra las muchachas, para meterlas en aprietos y fuesen sancionadas por sus padres. Decía este ser fantástico que precedía de Castilla La Vieja, y que era cristiano; para demostrarlo se ponía a rezar el Padre Nuestro y otras oraciones que se le ocurrían. Gustaba de tirar piedras, hacer ruidos en las azoteas y de tirarles huevos a las doncellas. En una ocasión fue tan travieso que la tía de Pedro Sánchez le dio una fuerte cachetada que le dejó el rostro muy colorado.
Cierto día, el cura de Valladolid, don Tomás de Lersundi, quiso conjurar al duende travieso, se disfrazó y escondió bajo su capa un manual de rituales y el hisopo, y acudió a las casas donde sabía que el duende se aparecía para contar las hazañas que realizaba en otras. Pero el duende se dio cuenta de la jugada, y no habló ni se apareció. Cuando el cura se hubo ido, inmediatamente apareció, e hizo lo acostumbrado: mucho ruido, cantos y charla. Cansado el cura de las maldades del duende, y después de haberle hecho pasar un mal momento a un conquistador de nombre Juan López de Mesa anunciándole que su mujer acababa de parir a un hijo que no era suyo, ordenó que nadie en la Villa de Valladolid le respondiera al duende, Se trataba de ignorarlo. Así se hizo. El duende se puso furioso y sus travesuras se hicieron insoportables, pues llegó hasta quemar varias casas del poblado que estaban hechas con techados de paja. Ante esta terrible situación, los vecinos se reunieron y fueron a ver al cura para que pidiera la ayuda de un santo. Se escogió a San Clemente Papa y Mártir, quien efectuó el milagro y ató al malvado demonio de duende.
Durante más de treinta años el duende se calmó. Sin embargo, en 1596, volvió a las andadas, pero está vez en el pueblo de Yalcoba, donde molestaba a los pobres indios, pues cada día a las doce o a la una de la mañana se formaba una terrible polvareda y ruidos como de huracán, y quemaba las casas de los indios sin que éstos pudieran apagar los incendios. Asustados, los pueblerinos acudieron a Pedro Sánchez y le pidieron ayuda. El clérigo solicito el auxilio del Arcángel San Miguel y, después de efectuadas unas misas y de soportar un nuevo incendio, exorcizó al terrible duende, que no volvió a Yalcoba… pero que retornó, muy ufano, a Valladolid, donde volvió a las andadas ya mencionadas. No se conoce el final de nuestro amigo.
No olviden darle like y compartir
Comentarios
Publicar un comentario